Uno de los libros mas leídos es «El Libro del Trópico» del que traslado a ustedes un fragmento del capítulo titulado: «Después del Chaparrón»
«En la copa desmochada de un guacoco, un pico (flauta de ámbar) desgrana las notas iniciales de una canción. De aquel sitio surgen vivos reflejos ígneos. Una chiltota de cajeta, toda iluminada por el sol que seca su plumaje, agradece aquella magnanimidad, y lo demuestra así: cantando. Es la canción del bienestar la que el músico piñalero ejecuta en aquel momento, la canción indígena que ningún pentagrama ha podido aprisionar. La actitud de la chiltota es interesante: una actitud de inspirada: Santa Cecilia, suspendiendo la música de su clavicordio, para escuchar el rumor de las arpas celestiales… las dos patitas del pájaro están aparejadas sobre la rama que se balancea a su peso, imperceptiblemente. Tiene tendido el cuello, la cabecita escorzada, la cola caída, como el rabo de un fraque, y el pico, diminuta flauta de un solo agujero y millones de arpegios, levantado al cielo. Las notas de la canción, principiada como con desidia, se aceleran cada vez más, hasta llegar un momento en que su intensidad es tal, que parecen verdadera avalancha. Las notas se empujan, se atropellan unas a otras, ruedan en loco tropel, como azuzadas por un látigo. En ese momento se piensa en que aquel buche repleto pudiera estallar, no siéndole posible resistir más; y que aquella maravillosa garganta, aquel pico prodigioso, llegaran a estallar en mil fragmentos. El canto de la chiltota colma y regocija el espacio; chisporrotea a la luz, se diluye en el éter, apaga el leve murmurio de la lejana quebrada… de repente el canto se suspende, sin transición alguna, bruscamente. La chiltota despliega las alas y las sacude, como preparándose a volar. Todo su cuerpo se inmoviliza. Ojo avizor, escudriña la tupidse del vecino matorral. Sobre la alfombra de hojas húmedas, se adivina un leve rumor sospechoso. Tal vez sea el arrastre cauteloso de alguna culebra. La chiltota tiene clavados los ojitos en aquel sitio. De pronto el ruido se apaga. Un momento más, y el trovador de las cercas, que endulza su voz en el zumo agridulce de las piñuelas, o en el aljófar de los dorados cepillos del chupamiel, alza de nuevo la cabeza al cielo, parece perder todo temor y empieza con más brío su interrumpida canción. Pero aquello es ahora algo insólito: es una sucesión de arpegios sin plan, de gorjeos sin orden alguno, derrochados al capricho, arrojados al viento como puñadas de arroz en sazón, que se atropellan al brotar del estrecho agujero del pico, tal como si, ya perdida la conciencia, en medio de aquel estupendo desbarajuste, el alado ejecutante quisiera embriagarse en el deleitoso moscatel de su canto, expirar en el pleno delirio de su loco e impetuoso reclamo»
Este libro es otro clásico que vale la pena leer de principio a fin.
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dibujo de Arturo Ambrogi elaborada por camilo minero
ARTURO AMBROGI
uno de los mejores cronistas en la historia literaria salvadoreña: (1875-1936)
«El benjamín del modernismo, no sólo en El Salvador, sino también en toda América fue Arturo Ambrogi. Si como cronista de la ciudad Ambrogi es ameno, vibrante, de rápida e interesante impresión, lo es más como cronista de la campiña y de los pueblos pequeños, cuyos paisajes y tipos describe en prosa ágil, fresca, de giros atrevidos, casi pictórica»